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Se fue una leyenda del folclore jachallero: murió el Chango Huaqueño

Horacio Villafañe falleció en la madrugada de este lunes. Era un ícono de la cultura de Jáchal y dejó un legado imborrable en la música folclórica sanjuanina durante más de cinco décadas.

La música folclórica sin fronteras está de luto tras el fallecimiento de Horacio Villafañe, conocido artísticamente como el “Chango Huaqueño”. El deceso ocurrió en las primeras horas de la madrugada de este lunes, según confirmaron fuentes cercanas a la familia.

Villafañe era considerado una figura emblemática y un pilar fundamental de la cultura jachallera. Durante más de cinco décadas, su voz y su guitarra se convirtieron en sinónimo de la identidad del norte sanjuanino. Su arte trascendió el escenario para transformarse en un elemento central de reuniones familiares, peñas y festivales, donde lograba unir generaciones a través de su repertorio.Publicidad

Más allá de su faceta como intérprete, el “Chango Huaqueño” fue reconocido como un embajador de las tradiciones de Jáchal. Su capacidad para comunicar la esencia de las raíces locales a través de sus coplas lo consolidó como un referente indiscutido de la música popular argentina.

Su partida deja un vacío significativo en el ámbito cultural de la provincia. La comunidad artística y el público en general lo despiden con pesar, al tiempo que reconocen que su legado pervivirá a través de su vasta obra musical.

Su carrera

Sus sueños siempre fueron tirados por el carro de la música, el folclore, la poesía. Desde muy chico sus oídos se pegaban a la radio para escuchar a Jorge Cafrune y Hernán Figueroa Reyes, sus referentes en el folclore. Horacio Antonio Villafañe, el cuarto de ocho hermanos del matrimonio conformado por Erminda Felicinda Ahumada y Luis Arminio Villafañe, siempre anduvo por la vida con una canción en sus labios.

“Desde niño, con 8 o 10 años, cuando iba con mi viejo al campo a buscar leña agarraba un palo como guitarra y cantaba”, en esa frase, el hoy famoso Chango Huaqueño, resume su pasión por la música. Aprendió a tocar de oído, mirando. “Me levantaba tempranito y agarraba la guitarra que dejaban mis hermanos cuando venían de farra. Aprovechaba y me daba el gusto”, rememora.

Hijo de una familia típica de Huaco,  humilde, sencilla, cuenta que no tenían guitarra y le pedían a un vecino. “Era con clavijas de madera y había que echarle una escupidita para que se afirme. Yo me cruzaba al frente, al bar de Don Martín Gaitán, para ver cómo tocaban, así fui aprendiendo. En las primeras Fiestas de la Tradición que se hacían en el pueblo, allá por los años ‘60, me sentaba en la acequia, al otro lado dela calle, a mirar”. Miraba con los ojos de la ilusión.

Por supuesto que sus sentimientos interiores encontraron en la escuela el ámbito adecuado para exteriorizarlos incentivados por su maestro Carlos Mario “Pibo” Manrique. Pero siempre había una copla, un verso a flor de labios mientras escardillaba la cebolla, juntaba leña o se internaba campo afuera al cuidado de los animales de su padre.

El desarraigo

Con apenas 16 años, obligado por las circunstancias, debió abandonar Huaco. Rawson fue el lugar donde se estableció su familia, pero su vida errante continuó por donde había un trabajo para ganarse la vida haciendo lo que sabía: en las chacras, en la cosecha de uva. “Con mis hermanos fuimos a dar allá por El Cerrillo, anduvimos por Caucete, Calingasta, por todos lados. Mi vieja me cobraba el sueldo y no me mandaba nada. Entonces le dije: ¡Mamá, por lo menos comprame una guitarra! Y me sacó una de Cicles Byby. No era muy grande, pero era hermosa. Me la mandó a Calingasta donde yo estaba. Ahí tocaba con una amigo en las cuadrillas”. Estaba claro, no había mayor felicidad que tener una guitarra por eso el objeto más preciado fue comprado con los primeros pesos adquiridos.

“A esa guitarrita la tuve hasta que me fui a la colimba. Sonaba muy lindo y un Sargento se enamoró de ella y me dijo: Cuando te vayas vendémela. Al Servicio Militar lo hice en Tupungato (Mendoza). Me dieron la baja antes porque a mi hermano más chico también le tocó, y como no podía haber dos hermanos al mismo tiempo bajo bandera, me largaron. De alegría le vendí la guitarra al Sargento”. Después de eso recién pudo darse el gusto completo. “Me vine y compré un guitarrón grande”, confesó quién hasta ese momento era conocido como el “Colorado” por su blanca tez y reluciente cabellera.

Cantor del Pueblo

En el año 1984 los caminos de la vida y la necesidad lo llevaron de vuelta a Jáchal. Trabajando en una empresa constructora se instaló en Villa Mercedes y las guitarreadas nocturnas se hicieron frecuentes. Los jachalleros amantes del folclore pronto reconocieron en él su gran potencial. El propio Chango lo cuenta. “Me invitaron a Radio Nacional Jáchal, el conductor del programa era Don Alberto Vega (el padre de Kuky Vega), fue un éxito tremendo, todo el mundo llamaba por teléfono para felicitarme y apoyarme”.

Después se presentó en un concurso y se ganó la participación en la Fiesta de la Tradición. “Estaban los Cantores del Alba, Los Tucu Tucu, Jaime Torres, los mejores del país”. Sin embargo, cuenta que no fue la primera actuación por la que cobró. “La primera fue en 1981 en el club Angaqueros del Sur, me pagaron 40 Australes. Después actué en la Fiesta de Rawson”. Además, ya había compuesto algunos temas: La Huaqueña y Así es mi Pueblo, en 1974 “cuando trabajaba en Ullúm. Ese año fui con mi hermano Pedro a la Fiesta del Sol que se hacía en el Parque, pero canté en los ranchos”.

El gran trampolín de su carrera fue la Fiesta de la Tradición y Darío Bence lo bautizó con el nombre de Chango Huaqueño. La popularidad había crecido de tal forma que en 1986 fue al Festival de Laborde y más tarde, en el ’89, al Pre Cosquín y en 2004 a Cosquín. “Esa vez los huaqueños me regalaron un poncho sanjuanino que decía Huaco”.

El Chango es autor de las letras y música de sus propias canciones donde resalta su terruño y cuenta su propia historia. “Le canto a Jáchal, Iglesia, Calingasta, Sarmiento, Caucete, Zonda”. Al paisaje, las tradiciones, las creencias. “En Añorando Huaco hablo del caballo de mi abuelo, Ignacio Ahumada, porque estuve mucho tiempo con él y salíamos a campear para el norte porque tenía muchas vacas”.

La religión siempre está presente. “A Mogna mi viejo me trajo a caballo porque casi me muero cuando era chico. Mi vieja me mostró el trajecito de la promesa que me hicieron con los colores de la virgen. En el 2004 hice la cueca a Santa Bárbara”. A San Expedito también le hizo una chacarera. “Voy todos los años en bicicleta”, concluyó. “Buenaventura es mi gran ejemplo”, dice. Y sí, es su digno representante. El cantor de las cosas nuestras.

Su obra

El primer casete lo grabó en 1989, incluía Jáchal en Noviembre y Así es mi Pueblo. El segundo en 1992, Añorando Huaco, en 1994 Romance de los Caballos. Luego vendrían de Pueblo en Pueblo, Las Sentencias del Tata Viejo, en vivo en el Teatro Sarmiento. Latir de Pueblo por mi Vieja Guitarra y Piel de Cordillera, entre otros. Ya suma 11 discos y dentro de poco presentará  el último llamado Desde el origen de mi pueblo con 14 canciones nuevas y Vallecito.

“Fui albañil más de 20 años. Anduve por todo el país. La zamba del Albañil se la hice a Don Orlando Castro, que vivía enfrente de mi casa. La del ladrillero también se la hice a un amigo que hace ese trabajo. Ahora les hice una zamba a los metalúrgicos, se llama Corazón de metal”.